miércoles, 9 de septiembre de 2009

Enemigos públicos


El director Michael Mann transfigura al gánster John Dillinger en bandido romántico, agresivamente hermoso en su imposible intento de desestabilizar ese sistema capitalista que, a fecha de hoy, se antoja bestia despiadada para más de un despistadillo atrapado en sus insensibles fauces. El personaje de Johnny Depp atenta contra las temibles instituciones bancarias cual émulo de Robin Hood de principios de un siglo, el XX, que ha sido testigo de dos guerras mundiales de las que dependía el futuro de ese mundo supuestamente libre, el nuestro, que defendieron los mismos soldados que custodian a Dillinger en una sintomáica escena de la película.


Tras el personaje de Johnny Depp late la sociopatía del asesino a sueldo de esa otra gran obra de Mann que es Collateral, donde Tom Cruise encarna a otro de los grandes reos de muerte de la poética “filmnoir” de los últimos años, que parece tomar el testigo de aquel impecable Alain Delon de El silencio de un hombre de Jean Pierre Mellville.


Enemigos públicos tiene el elegíaco tono decadente del antihéroe que camina hacia la muerte por una causa perdida y, a la par, la profesional perfección plástica a la que acostumbrados nos tiene el creador de Corrupción en Miami.



Es posible que, como ocurrió con El caballero oscuro, su estreno veraniego la aleje en el 2010 de las más importantes nominaciones, aunque opino que Hollywood tiene ganas de premiar a Johnny Depp, y que el polémico Christian Bale se quedará, una vez más, con las ganas incluso de ser nominado (tiempo al tiempo). Quizás mejor suerte corran las nominaciones a otras categorías como vestuario, montaje o incluso creación y edición de sonido (espléndidos ambos trabajos).


Enemigos públicos es una película espectacular que no debe perderse ningún buen aficionado al cine negro con ínfulas de patada testicular a los valores más establecidos y defendidos por los poderes actuales, heredados del ayer.

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