viernes, 25 de septiembre de 2009

Esa profesionalidad...

Los cines se han ido transformando, por esa dejación de formas de la que cada vez más hacemos gala en este pintoresco país, en lugares algo incómodos. Espectadores que hablan o que propinan patadas constantes en la butaquita de delante (donde yo suelo estar sentado) son fauna habitual de las salas.

El otro día me las prometía yo muy felices cuando, en compañía de mi novia, me disponía a ver San Valentín sangriento 3D en los cines Aragonia. Tan solo vislumbrábamos a otro espectador, sentado en el otro extremo de la sala. Pero, hete aquí que, en mitad de la proyección, se abrió la puerta y entró un empleado que no encontró mayor problema en sentarse cerca de nosotros y obsequiarnos, durante unos veinte minutos, con una extraña conversación que mantenía con alguien gracias a esos horrendos comunicadores que llevan quienes trabajan en los cines modernos.

¿De qué me sirve apagar el móvil? ¿De qué el ir a sesiones intempestivas evitando posibles espectadores molestos si ya los mismos profesionales parecen haber perdido su (valga la redundancia) profesional condición?

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