lunes, 25 de enero de 2010

La herencia Valdemar



Ayer tocaba ver, de matinal, la última película de Paul Naschy: La herencia Valdemar. Acudí al cine con Isabel, que ya es una espectadora habitual de nuestro querido Sitges, y allí coincidimos con Javier Millán, con quien también nos vemos frecuentemente en dicho festival, el que otorga un premio que lleva el nombre del popular actor y donde este mismo año pudimos disfrutar del esperado trailer de esta arriesgada película. Recuerdo a José Luis Alemán, el director de La herencia Valdemar, muy nervioso, tartamudeando y chorreando sudor, acompañado por el elenco femenino de su ópera prima. Claro, tras ver La herencia Valdemar, uno llega a la conclusión de que a lo mejor el director, que es a su vez productor, de la película temía no recuperar la mastodóntica inversión de, si mal no recuerdo, ciento cincuenta millones de euros. ¡Uf!


Lo que me gusta de La herencia Valdemar es que es una película atípica, atrevida, en tanto en cuanto no sigue los parámetros actuales del cine de terror. Opta por plantear una trama con parsimonia, sin prisas, dejando que la acción vaya desarrollándose poco a poco. No es una película difícil de seguir, pero sí que exige estar atento y ser paciente, ir entrando poco a poco en el universo que su director (que tambnién es el guionista) plantea. Hay poco gore y poca acción, pero hay planos muy logrados, de una belleza clásica incontestable. No está rodada en video digital, sino en 35 mm., de ahí que la cámara se mueva poco; lo justo y necesario. Algunos personajes pueden chocarnos (en esta entrega aparecen Aleister Crowley y Bram Stoker), pero, claro, la ficción exige de la convención, de la predisposición para sacrificar la verosimilitud en aras de la diversión.


La película juega con dos tiempos. El actual y el pasado, y también sorprende que casi todo su metraje se centre en el siglo XIX. En el fondo, es un largo flash back, pero necesario para crear la atmósfera precisa. Lo que ocurre es que la película termina cuando uno espera que arranque, pero esto no es sino otra virtud, pues a uno le entran ganas de ver la continuación (ya saben que la película se ha rodado en dos partes, como Kill Bill), sobre todo, tras contemplar las atractivas imágenes del trailer inserto en los títulos de crédito finales. ¡Ay! Creo que hay que esperar hasta el verano...


Es decir, que esta película está muy pero que muy bien (a Isabel le encantó), pero puede no gustar por su atípica propuesta. Me complacería que fuera un tremendo éxito, no sólo para que José Luis Alemán recupere con creces la inversión sino también para que pueda venir a Sitges a presentarnos muchas otras películas, y sin ponerse nervioso.


No se la pierdan. Disfrútenla y disfruten del último trabajo como actor del gran Naschy.


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