sábado, 16 de enero de 2010

Sherlock Holmes

Si Arthur Conan Doyle levantara la cabeza a lo mejor aplaudía la última versión cinematográfica de su célebre personaje. Él mismo, harto de la fama que el detective de Baker Street le había propiciado, decidió deshacerse de él para, posteriormente, presionado por un público lector enfurecido, resucitarlo en la magistral El sabueso de los Baskerville (novela, por otra parte, ligada a una de esas leyendas negras que, de vez en cuando, nos brinda la literatura). La relación de Conan Doyle con Sherlock Holmes era de amor y odio. Sabido es que este oftalmólogo metido a escritor deseaba reconocimiento por otras de sus novelas, menos populares, como La compañía blanca o Sir Nigel. Así que a lo mejor le hubiera hecho gracia ver a Holmes cambiar la morfina por las brutales peleas en los bajos fondos londinenses que nos sirve Guy Ritchie en su trepidante última película.

No soy yo de los que se tiran de los pelos por las traiciones a ese concepto tan ambiguo del espíritu de los originales literarios. ¿Traicionó Terry Gilliam a Cervantes? ¿Peter Jackson a Tolkien? ¿Roger Corman a Poe? ¿Stuart Gordon a Lovecraft? Si, en este sentido, la traición existe, hay que buscar culpables muy anteriores a Guy Ritchie; de hecho, el cine ha popularizado una frase que no aparece en la versión de Ritchie y que jamás pronuncia Holmes en los originales de Conan Doyle: "Elemental, querido Watson." La película de Ritchie toma cosas de traidores anteriores, pues Holmes, junto con Drácula, es uno de esos personajes de la ficción literaria más veces aparecidos en una pantalla y, en consecuencia, maravillosamente traicionados. El Holmes de Ritchie puede recordar a La vida privada de Sherlock Holmes o a El secreto de la pirámide, si bien se aleja de la versión que Terence Fisher hizo de El perro de los Baskerville. La película de Guy Ritchie es al Sherlock Holmes de Conan Doyle lo que la película de Francis Coppola es al Drácula de Bram Stoker. Pura traición enriquecedora.


Guy Ritchie concibe un espectáculo audiovisual a la altura de los gustos estéticos del gran público actual. Una película de endiablado ritmo y alardes técnicos tan sofisticados que, en ocasiones, uno tiene la sensación de estar ante un videoclip (y no escribo esto con matiz peyorativo). Así las cosas, el Sherlock Holmes de Guy Ritchie es un ejemplo perfecto de vehículo de diversión, que refresca el personje de Conan Doyle, sirviéndolo en la bandeja que quizás apetecen las nuevas generaciones de cinéfilos y lectores.
No se la pierdan.


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