
No soy yo de los que se tiran de los pelos por las traiciones a ese concepto tan ambiguo del espíritu de los originales literarios. ¿Traicionó Terry Gilliam a Cervantes? ¿Peter Jackson a Tolkien? ¿Roger Corman a Poe? ¿Stuart Gordon a Lovecraft? Si, en este sentido, la traición existe, hay que buscar culpables muy anteriores a Guy Ritchie; de hecho, el cine ha popularizado una frase que no aparece en la versión de Ritchie y que jamás pronuncia Holmes en los originales de Conan Doyle: "Elemental, querido Watson." La película de Ritchie toma cosas de traidores anteriores, pues Holmes, junto con Drácula, es uno de esos personajes de la ficción literaria más veces aparecidos en una pantalla y, en consecuencia, maravillosamente traicionados. El Holmes de Ritchie puede recordar a La vida privada de Sherlock Holmes o a El secreto de la pirámide, si bien se aleja de la versión que Terence Fisher hizo de El perro de los Baskerville. La película de Guy Ritchie es al Sherlock Holmes de Conan Doyle lo que la película de Francis Coppola es al Drácula de Bram Stoker. Pura traición enriquecedora.
Guy Ritchie concibe un espectáculo audiovisual a la altura de los gustos estéticos del gran público actual. Una película de endiablado ritmo y alardes técnicos tan sofisticados que, en ocasiones, uno tiene la sensación de estar ante un videoclip (y no escribo esto con matiz peyorativo). Así las cosas, el Sherlock Holmes de Guy Ritchie es un ejemplo perfecto de vehículo de diversión, que refresca el personje de Conan Doyle, sirviéndolo en la bandeja que quizás apetecen las nuevas generaciones de cinéfilos y lectores.
No se la pierdan.
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